viernes, 19 de marzo de 2010

El beso del silencio

Las lágrimas lastimaron su triste maquillaje. Una irónica sonrisa pintada sobre su boca era lo único alegre que había en su rostro, pero en este momento era como un dibujo amorfo de burla a su existir.

Payaso, arlequín, bufón. Su vida transcurría entre fuego, malabares y bromas tontas que divertían a siluetas desconocidas.

Nunca había conocido el significado de esa palabra tan extraña llamada “amor”.

Y ahora estaba ahí, frente al ataúd, derramando lágrimas cristalinas que deformaban su cara pintada. Dentro se encontraban todos sus sentimientos. Con ella se había ido la sonrisa. Con ella se había ido la existencia.

Los recuerdos llegaban uno a uno y en forma consecuente.


Aquel día, como tantos otros, terminó su función. Despintó su rostro y se dirigió a la cantina. La de siempre. La de tristes notas y etílicas sueños. La de tragos amargos de vida y besos pagados que se desgarran en el silencio.

Un vaso con tequila. Un cigarro a medio consumir. El cantinero ya acostumbrado a su presencia llenó su vaso una vez más. Unas melancólicas notas de una cruel canción acompañaban su soledad una vez más.

De pronto sintió el toque femenino de una brazo en su hombro. El perfume barato de prostituta impregnó su olfato .

- ¿Quieres pasar un rato agradable?- Preguntó esa mujer de absurda sonrisa y cuerpo de placeres en venta.

Por su mente pasó ¿Por qué no?¿ Acaso podría estar peor que ahora?

Tomó unos billetes de su bolsa y los puso en su mano.

- ¿Es suficiente? –
- Claro, vámonos –

Pasaron a una habitación contigua. Había un cierto hedor a podredumbre. Lo notaba. Paredes viejas y húmedas acompañaban una pequeña cama roída por el paso de los años, carcomida por el paso de los cuerpos que intentaban llenar noche a noche ese enorme vacío existencial y sentimental que acompañaba a tantos hombres. Unos cuantos minutos de placer carnal a cambio de unas cuantas devaluadas monedas. Un trato justo.




Había siempre vivido entre sonidos, olores y texturas. Sus ojos habían muerto hace tiempo, y ahora solo servían para derramar lágrimas en silencio. Así que esa noche: escucho sus gemidos fingidos de placer, percibió su aroma a perfume barato en combinación con lo fétido del lugar y acaricio su piel que había pasada por tantas y tantas manos.

Terminó. Tomó su ropa, vistió su cuerpo y partió.

Afuera las calles estaban impregnadas de humedad, y enfermas de lluvia y soledad.

Su bastón ayudaba el corto pero difícil camino para llegar al remolque junto al circo. Corto y difícil, como la vida misma.

Al día siguiente, preparó su función, su show, su acto.

Disfrazó sus ojos ciegos y sus labios tristes con sumo cuidado. Sus propios compañeros del circo, se sorprendían a diario de cómo lograba hacerlo sin ayuda de nadie.

Nuevamente la misma rutina diaria: maquillaje, show, aplausos, alcohol, dinero, sexo... soledad.

Y esa noche, fue de nuevo a su encuentro. Sin ver nada notó su presencia. Sabía que estaba ahí y que no tardaría en llegar a ofrecerle sus servicios.

Así fue. Volvió a pagar por una noche más con ella. Para sentir su piel, disfrutar de su aroma y escuchar como una melodía su voz.

Si tan solo por un instante, la pudiera ver. Si por un momento pudiera abrir los y encontrarla a ella, en vez de ese vacío enfermo.

La sesión terminó. Se despidieron, pero esta vez fue diferente. El se acercó y le susurró:

- Estoy enamorado de ti, quisiera tenerte todas las noches –

Ella con un tono sexy contestó:

- Claro guapo, aquí estaré solo para ti.
- ¿Noche tras noche?
- Si, noche tras noche.








La rutina nocturna se volvió diferente. Ahora esperaba con ansias el momento de llegar con ella, de hacer el amor, de disfrutar de su contacto con todos los sentidos que le eran útiles.

El payaso ciego enamorado de la prostituta de la cantina parecía una historia grotesca. Para el era mucho más que eso. Era ese pequeño momento donde por fin a su vida le hallaba sentido.

Pero seguía deseando poderla ver. Contemplar sus ojos al mirarlo, sus labios al pronunciar su nombre, su pelo desenredado por sus manos.

Y aquella noche en que la luna más iluminaba, de camino del circo hacia el bar, una misteriosa voz le habló:

- Amigo, estoy harto de mi mundo, ya no tolero ver tantas cosas de mi vida, me he cansado incluso de vivir, pero antes de partir quisiera ofrecerte un regalo. Te servirá ahora más que a mi.

¿Quién era ese personaje? ¿Qué era lo que le quería obsequiar? ¿Por qué a el y por qué se había aparecido ahí?

De pronto sintió en sus manos dos objetos pequeños y redondos.

- Te regalo mis ojos, ahora tu podrás ver.

Dudo por unos instantes al no saber que hacer. Pero de pronto como por inercia llevó esos objetos a su cara, los puso como si fueran sus ojos, espero unos instantes.... y vio.

Observó una calle sombría y una luna brillante. Estaba sorprendido del suceso. Era increíble lo que le pasaba. Su vacío se había esfumado y ahora un tremendo halo de luz cobijaba su existir.

Ahora podría ser plenamente feliz. Ahora la podría ver. Por fin sabría el color de sus ojos, la intensidad de sus labios, el brillo de su pelo.

Y partió inmediatamente hacia ella. Quería brincar, correr, gritarle al mundo que la amaba y que esa noche por fin sus ojos la verían.

A su paso cualquier cosa que veía era felicidad por muy decadente que fuera la imagen.

Llegó al bar, abrió la puerta y se dirigió a la barra. Un señor de gran obesidad le sirvió un tequila al verlo.

- ¿Esta ella aquí?
- Si. En el cuarto de al lado.


No podía esperar más, caminó de inmediato hacia alla. Recorrió unas cortinas que funcionaban a modo de puerta, y sí... la vio.

Una grotesca imagen apareció frente a el.

Ella fornicaba con otro tipo, movía sus caderas cadenciosamente mientras el la penetraba una y otra vez.

Volteó a verlo. Un gesto de completa indiferencia mostró al tiempo que le decía:

- Espera un momento, enseguida te atiendo.
- Pero... yo creí... que realmente.... me darías tu amor.
- No te confundas, esto solo es sexo por dinero.

Salió corriendo. En unos instantes todo había cambiado. La realidad al verla era completamente cruel, mucho más de lo que el imaginaba en sus peores pesadillas.

Al salir en la banqueta un joven de unos veinte años de edad sangraba a raudales por la cuenca de sus ojos mientras moría lentamente. Era la persona que le había brindado su vista.

Ahora ya no la quería, ya no quería saber más. No quería ya ver la podredumbre existencial de este mundo. El amor se había convertido en asco. La luz se había convertido en pesar y los sentimientos en absurdos sueños de espíritu infame.

Y aquel día preparó su acto. Ahí estaba, frente al ataúd. Y ahí caían sus lágrimas una a una.

Hoy el show no sería feliz.

Dentro de la pequeña caja simulando un féretro se encontraba un corazón agonizando y sangrando. Así como ahora estaba el suyo.

Tomó sus ojos con sus manos y los arrancó para colocarlos ahí mismo.

Ahora se quedaba sin corazón para sentir ni una sola vez más y sin ojos para ya no ver la mentira nunca más.

A su alrededor llegaron otros payasos con instrumentos de viento entonando una triste y fúnebre melodía.

Era el final del acto de ese día. El mas cruel y melancólico de todos.

Terminó la canción. Los payasos hicieron la clásica reverencia y un público eufórico aplaudió de pie el mejor y mas triste acto del circo, llamado:

El beso del silencio.

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